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miércoles, 16 de enero de 2013

No escuche a los empleados: Reflexiones de un jefe


Las modas de hoy hacen que peligren algunas viejas costumbres. Entre ellas, parece increíble que no se respete esa gran verdad de que el jefe siempre tiene la razón. 

Cómo no la va a tener, por eso es el jefe y no otros. Es la única persona capaz de ver más allá de su puesto, pero entiende perfectamente que no le pagan por hacerlo. 

Que le toca cumplir con el día a día y asegurarse de que ninguno de sus subordinados olvide sus deberes.
Alberto Losada Gamst , socio fundador de Ocio Dinámico, consultora especializada en Turismo, Ocio y Restauración.

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Resumen:
Reflexiones irónicas de un jefe tradicional sobre su empresa, sus empleados y las propuestas de los mismos.
De toda la vida, unos han nacido para mandar y otros para ser mandados. Sin medias tintas. Cuando a uno lo admiten para trabajar en una empresa, o en la Administración, o en cualquier otra organización, es para que haga lo suyo porque para eso le pagan. Sin protestar ni comentar, y nada de pensar en otras formas de trabajar no contempladas por la empresa. De nueve a siete, con dos horas para comer y ya hemos cumplido. Hasta mañana.
Con lo claro que está esto. Es tan sencillo que hasta los más simples lo pueden entender. Pero ahora hay hordas de librepensadores cuyas teorías conducen a subvertir el orden natural de las cosas en la empresa. Sostienen, entre otros desvaríos, que hay que “motivar” a los empleados. ¡Como si no debieran estar agradecidos por su sueldo! ¿Que alguno de ellos sugiere tímidamente que pueda haber alguna forma de trabajar con más fluidez y que encima crea que así sería más eficaz todo MI departamento? ¿Pero qué imaginan? Me da que están demasiado influidos por esos libros modernos de gestión que deberían ser quemados, o que andan demasiado metidos en algo que llaman “Feisbú”, o que tienen poco que hacer. A estos últimos ya les cargaré un informe quinquenal para el próximo lunes a primera hora.
Es preocupante ver que aquellos que osan abandonar su puesto para ir a la máquina de café, se permitan encima el libertinaje de comentar sobre la marcha general de la empresa, dando a entender que si no fuera por algún jefe pleistocénico, las cosas serían muy distintas. En su día ya fue un mal trago que vinieran unos tipos llamados auditores para ver si nuestras cuentas cuadraban: Qué preguntas más incómodas y menudo cuento tenían.
Desgraciadamente, pronto alguien se creyó todas estas tonterías modernas de cómo llevar al personal y puso en cada planta de la empresa una de esas cajas llamadas “buzón de sugerencias”. Seguro que fue uno de los cuentacuentos de publicidad, que tanto pico tienen. A regañadientes tuve que ceder unos minutos para que calentaran la cabeza a mi gente, explicando para qué sirve ese estúpido buzón. ¡Incluso les animaron a usarlo! Increíble. Esto ya no es lo que era.
Ahora parece que todo el mundo sabe más de lo que le toca, ya que veo muchos papeles dentro de los buzones. Así que, por el bien de la empresa, los jefes hemos preparado un plan para evitar que estas pérfidas ideas cambien la forma en la que siempre hemos trabajado.
Ésta es nuestra guía:
· No alentar a nadie bajo nuestro mando a pensar en nada que no sea su trabajo. Se desconcentraría.
· A quien venga a nosotros con alguna idea, hay que atenderlos con amabilidad al tiempo que se les remarcan todos sus fallos e imprecisiones. Que la rehagan y que hasta que no esté perfectamente presentada y por duplicado, que no vuelvan a molestar a sus superiores.
· Si no se dan por enterados y vuelven con la propuesta mejorada, hay que estar atentos. Hay dos vías aceptables de actuación: Dar las gracias y hacer que se transpapele, o cambiarla un poco para hacerla nuestra. Solamente un jefe puede tener buenas ideas.
· De modo general, conviene tirar de vez en cuando a la basura un puñado de papeles que habremos sacado de esos buzones. Así la gente se dará cuenta de que la cosa no funciona.
· Si por cualquier error nuestro de supervisión una propuesta de uno de nuestros empleados llegara a manos de nuestros superiores y encima se viera con agrado, hay que decir claramente lo vital que fue nuestro apoyo y consejo para hacerla viable.
· Cualquier idea que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, llegara a ser valorada y puesta en práctica, pero luego en su ejecución no fuera tan buena, deberá ser causa de sanción al promotor. En ningún caso deberá figurar un jefe tras una idea fracasada.
· Es una buena iniciativa introducir en ese condenado buzón propuestas anónimas y absurdas redactadas por familiares y amigos nuestros para que los grandes jefes vean cómo se pierde el tiempo en la empresa.
· Finalmente, ante la duda, hay que decir que no. Es necesario preservar la estabilidad de la empresa, sin inventos ni nada de eso. Un empleado debe trabajar en lo que estrictamente le corresponde.
Nuestro plan para preservar la forma de siempre de trabajar de nuestra querida empresa funcionaba perfectamente. Dejaron de llegar absurdas ideas, nada cambió y pudimos seguir con lo de toda la vida. Es verdad que varias empresas competidoras nos han adelantado en facturación, pero es porque tienen mucha suerte.
Cuando pensábamos que podíamos respirar tranquilos, una vez más, alguien vino con algo realmente satánico. Lo presentó como un “sistema de gestión de ideas”, y dijo que tenía que ver con un rollo norteamericano o inglés o alemán que llamó “inteligencia colaborativa”. Pero lo peor de todo es que funcionaba en Internet y los jefes que velábamos por la tradición nos vimos incapaces de frenarlo. Quizá lo peor de todo es que vimos que había muchos otros jefes que, increíblemente, ¡apoyaban el asunto!
Pero no. Eso no fue lo peor. Lo peor fue que, al igual que había pasado con esas otras empresas que vendieron más que nosotros, se decidió ascender a algunos de los autores de propuestas que supusieron cambios en nuestros hábitos tradicionales. Empezamos a trabajar, imprudentemente, en mercados de los que nada sabíamos, cambiamos la mitad de nuestro catálogo de productos y servicios, dieron unos cursos de formación, clases de inglés e informática, y empezamos a salir en los medios gracias a cosas nuevas que la empresa empezó a hacer. No entiendo nada. Incluso rechazaron una propuesta mía para organizar unas clases sobre la importancia de la jerarquía y el rol de los subordinados en la empresa de hoy.
Con todos mis años de servicio fiel a la empresa, difícilmente me habría creído que llegaría a pensar que haría cosas nuevas. No es que no me cueste, pero es posible que algunos de mis empleados puedan tener -muy de vez en cuando, eso sí- una idea con algún valor.
Un jefe de toda la vida sabe perfectamente lo que es bueno para la empresa y lo que no, sobre todo uno moderno como yo.

Fuente: http://www.microsoft.com/business/


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